Tonolec - Teatro Real - Córdoba - 19/10/2011
SUSURROS ANCESTRALES
Había una vez una selva donde se levantaban algarrobos, vinales, chañares,
itines, garabatos y raíces, que desmenuzaban la tierra y la abonaban; entonces,
las hojarascas fabricaban el mantillo que protegía el suelo del calor del verano;
además, el paisaje estaba penetrado por lagunas, esteros, bañados y riachos que
lengüeteaban cada nido con la espuma en la boca; era un paisaje donde habitaban
manchas interminables de lombrices, hormigas, bacterias, pumas, guazunchos, chanchos moro.
Y estaba el hombre, que hacía un pocito en el suelo para desalentar
fantasmas, o afilaba sus armas y salía de caza a medianoche; así, en aquel
mágico instante, los pactos milenarios hacían lo suyo: alimentos, abrigo y
sueño eterno de los creadores. Una visión posada sobre la noche, que invitaba a
la danza y al canto, a la celebración de los teros y los zorzales.
Tonolec, también conocido como caburé, evoca un ave del monte chaqueño que con el canto hipnotiza
a sus presas. Y eso es lo que pasó en el escenario del Teatro Real el pasado
miércoles, cuando el dúo electro-folk-étnico que lleva ese nombre no hizo otra
cosa que atraer, convocándonos a los presentes a un rito antiguo y moderno, tribal
y a la vez, universal; en plena mitad de semana y a teatro lleno.
Cuando el dúo compuesto por Charo
Bogarín y Diego Pérez está sobre
las tablas, a uno le brota agua desde los pies, las manos se vuelven mapas misteriosos
de espinas y matorrales y la cara se agrieta de tanto sol bien amado, de tanto
caminar en solitario. Tonolec toca,
canta, actúa, llora, ríe y desnuda un alma ancestral, que hermana mundos que
podrían parecer –a simple vista- muy distintos. Allí es donde Tonolec acierta y conmueve: cuando los
silencios dicen más que los sonidos, cuando las letras, repetidas, adquieren un
sentido que les devuelve el color, el sentimiento y la sabiduría a unas
canciones que resbalaron por la coqueta Sala del Real como serpientes que pelean
para no extinguirse.
Desde el primer momento (22:15), cuando sonó “Lamentos”, la tierra abrió su
gran boca para llevarnos de un solo mordisco. Tonolec es una formación que armoniza el sonido electrónico con la
música folklórica o de la cultura toba, y nos remite necesariamente al paisaje,
y a los ciclos naturales e históricos del Chaco. Porque
cuando Charo le habla a su público revela lo que han venido a poner en esa
botella lanzada al Pilcomayo: les habla a los niños y los arrulla con su voz y
se deja arrullar por una “Canción de cuna” que la mima desde la memoria, invita
con su dulce voz a los enamorados, estremece cuando describe la belleza de los
años, o invita a revelar todos los secretos al abrir sus brazos, y danzar. Y así
enroscarse plácidamente en nuestra piel.
Y le queda tiempo para homenajear a la mujer y su valentía. Con una mirada
que penetraba hasta el desvelo,la cantante citó el coraje de su madre que
perdió al compañero durante la dictadura.
Y todo parece tener sentido: detrás de la conmoción hay una recurrencia de
la historia, una sistemática y aberrante rueda impune. Primero fueron los
antiguos dueños de las flechas, después el gaucho (rescatado puntualmente por
la Bogarín como un combativo personaje de nuestro mundo rural precapitalista)
y, finalmente, sus descendientes de clase, explotados, perseguidos y
asesinados. La lógica macabra del blanco cabrón: bala mata magia, bala mata
facón, bala mata ideas. Bala mata naturaleza. Bala mata.
Y esa historicidad es recurrente en la obra de Tonolec. Porque su laburo es un órgano vivo que comenzó a hurgar en
la lengua qom desde su primer trabajo (Tonolec, 2005), buscando allí los
orígenes,su identidad como músicos. Una identidad que fue ampliándose a partir
de su segundo disco (Plegaria del árbol
negro, 2008), donde comienzan a versionar a autores de nuestro folclore, hasta
incorporar composiciones del cancionero popular latinoamericano en su último
trabajo (Los pasos labrados, 2010).
La exquisita mixtura tiene como segundo pie a Diego Pérez, un músico versátil que desde los teclados o la
guitarra es coautor de una construcción sonora que se genera minuciosamente. Desde
sus acordes aparecen los bramidos de la mitología chaqueña, la oscuridad del cielo,
el paisaje y sus insectos. Electricidad y canto toba, sonido envolvente y
chacarera, milonga, copla, pero nada ajustado a cánones tradicionales. Por el
contrario, las tramas maquinadas se vuelven viento, estampida de pájaros,
quietud del alba, espíritu libre.
En el escenario -acompañados por Lucas
Helguero (La Bomba de Tiempo)- deshojaron temas de sus tres discos: “Techo
de Paja”, “Plegaria del árbol negro”, algunos clásicos del folclore como
“Antiguos dueños de las flechas (Indio Toba)” de Ariel Ramírez y Félix Luna,
“Zamba para olvidar” de Daniel Toro o “El cosechero”, de Don Ramón Ayala,
versiones en lengua toba como “Cinco siglos igual”, de León, o perlitas como
“La Luciérnaga”, dejada para el gran final. En cada una de esas canciones, Tonolec reflejó un Universo propio, un
lenguaje particularmente enigmático.
Como si cada una de esas canciones hubiera sido susurrada durante siglos.
Texto: Luis Funes
Fotos: La web
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