Caballos Salvajes
(Crónica del Jesús María Rock 2013)
Y, pintor orgullosísimo
En el cuadro saboreé
La monotonía embriagante
De agua, mármol y metal
(Charles
Baudelaire, Les fleurs du mal)
En estos días de flashes informativos al instante, impera
la velocidad de las palabras, que de tan rápido que se dirigen hacia sus
destinos de certeza son fugaces. Luego, son reemplazadas por un silencio
abrumador y finalmente, son olvidadas. Y luego llegan otras, con el mismo
trajín, y las envuelve el mismo plan, la misma condena del destierro. También
pasa con algunas canciones, los figurines de la tevé y la ropa de colores.
Eso sí, quizás esto se deba a que -a veces- queremos inventarlo
y nombrarlo todo y de manera veloz, tan veloz como este mundo que nos lleva por
delante. Nos dejamos atropellar por la urgencia de decir y de mostrar, aun
cuando todavía nuestras sensaciones o las necesidades del cuore no tengan ese
color maduro que distingue a una fruta a punto de morder.
Pero, aprecio detener el tiempo. Atrapar el instante,
como eructa Baudelaire. Y dejar que la contingencia y la accidentalidad dejen
lugar a las huellas de lo que pasó hace un mes en la primera edición del Jesús
María Rock. Recuperar en la memoria del alma aquellas dos jornadas es un
desafío intenso y también, un ejercicio al que me fui acostumbrando. El Festival
pasó muy rápido: en un par de días estuvieron bandas de alta popularidad,
excelentes formaciones locales y un grito que retumbó en todos lados y, como es
usual, fue retransmitido de manera tal que pueda ser una noticia vendible.
“¡Vivan
los caballos salvajes, la concha de su madre!” fue el grito que resonó la primera noche, hacia el final
de la actuación de la mejor banda del JMR, Catupecu Machu. Cuando Fernando Ruiz
Díaz, de modo iracundo, dijo esas palabras (y otras, que fueron expresiones quizás
equivocadas), no pude menos que coincidir con él. Había metido el dedo en la
llaga, y eso incomoda. Quizás por eso, los medios de comunicación se hicieron
eco rápidamente y sin chequear la información, describieron una inexistente
desaprobación del público. ¿Cosa e’mandinga? No, solo fue una respuesta a las
necesidades de este tiempo: noticia que atrae, olvido del hecho artístico,
anuncio de la próxima estación.
Cada lechón en su teta es el modo de mamar
La memoria comienza a desovillar los instantes y, sin
dudas, lo primero que se destaca es la actuación de esta gran banda argentina
de una identidad particular. Las canciones de Catupecu Machu son potentes en su
poesía, devastadoras por su energía e infernales cuando suenan en vivo. Una
banda que fui deshojando despacio desde que la escuché por primera vez,
atrapándola como a una mariposa, en puntas de pie. Además, el terremoto de CM
se prolongó cuando invitaron a la gente de Kapanga y La Vela Puerca a compartir
una versión anarca-fiestera de Blitzkrieg
Bop, de los Ramones. Impresionante momento que no he podido olvidar. En
este momento pienso que el ejercicio va saliendo solo: todo pasa rápido, pero
estas huellas no se borran tan fácilmente.
Cuesta más trabajo recordar una marca en nuestro pecho cuando
se empieza a analizar lo que dejaron las demás bandas. Aquellas con peso
propio. No porque las actuaciones hayan decepcionado, sino porque más allá que
sonaron ajustadas, solo hicieron lo de siempre. Las Pelotas sin Sokol es una
banda sin desbordes: una máquina bilardista que arremete cada vez menos con su
historia legendaria, dejando lugar a una estela de éxitos, que fueron coreadas
con fervor por una multitud con muchos adolescentes, y una buena cantidad de
familias. Una que sepamos todos. Como
La Vela y Kapanga la primera noche, y Estelares y Las Pastillas, el domingo. Para
esos miles, no habrá olvido, aunque estas palabras si serán olvidadas.
De todas maneras, sigo. Mi memoria hurga y solo encuentra
miles de bocas cantando cada letra. Aun así, lo que golpetea sobre el mate recurrentemente
es la actuación de Catupecu: lo menos efímero del Festival. Lo indomable. ¿Les
deseó la muerte a los jinetes? Excelente noticia miserable. Aunque la novedad
verdaderamente significativa es que hizo trizas el slogan del Festival: Domá
el Rock.
Las otras bellas sensaciones del evento que vienen a mi amanecida
cabeza fueron -sin dudas- las bandas de Córdoba. Fuera de Focko, Géminis, Pink
Wasted, 3 de Copas y Satori. Excelente y muy variada grilla, que incluyó el Ska
Two Tone de Invasores Serranos, la vigencia de una gran banda de Malagueño que
pega en la jeta, Eterna Agonía, la potencia de Anima Terra y una banda que cada
día crece más, La Madre del Borrego.
Párrafo aparte para lo que no puede ser borrado por el
paso del tiempo*: impresionante set de Lucila Cueva el domingo. Con una daga al
frente, Marian Pellegrino, interpela al público, arengándolo para que sea
protagonista, pisando un escenario -bellísimo para tocar y escuchar rock- con un frenesí que
disloca, con una entrega que invita a más. Salvaje. Indomable. Otra vez el peso
de las palabras. Otra vez, la trabajosa labor de encontrar palabras que pueda
domar. Pero, claro, las palabras que pretendemos creación humana, a veces son
salvajes. Como el rock.
Porque el rock, como el caballo, será salvaje, o no será
nada.
Crónica: Luis Funes.
Fotos: Melisa Santa Cruz
(*) insisto en la sabiduría del tiempo porque estoy viendo
un video en You Tube de un concierto de Zeppelin en el Royal Albert Hall del
setenta: no puedo dejar de pensar en la monotonía embriagante de Baudelaire
cuando disfruto de los solos de Page y The Bonzo.
Sin palabras! Crónica vertiginosa!!
ResponderBorrar¡Vivan los caballos salvajes, la concha de su madre!
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