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jueves, noviembre 14, 2013

Caballos Salvajes


       (Crónica del Jesús María Rock 2013)



Y, pintor orgullosísimo
En el cuadro saboreé
La monotonía embriagante
De agua, mármol y metal
 (Charles Baudelaire, Les fleurs du mal)

En estos días de flashes informativos al instante, impera la velocidad de las palabras, que de tan rápido que se dirigen hacia sus destinos de certeza son fugaces. Luego, son reemplazadas por un silencio abrumador y finalmente, son olvidadas. Y luego llegan otras, con el mismo trajín, y las envuelve el mismo plan, la misma condena del destierro. También pasa con algunas canciones, los figurines de la tevé y la ropa de colores.

Eso sí, quizás esto se deba a que -a veces- queremos inventarlo y nombrarlo todo y de manera veloz, tan veloz como este mundo que nos lleva por delante. Nos dejamos atropellar por la urgencia de decir y de mostrar, aun cuando todavía nuestras sensaciones o las necesidades del cuore no tengan ese color maduro que distingue a una fruta a punto de morder.

Pero, aprecio detener el tiempo. Atrapar el instante, como eructa Baudelaire. Y dejar que la contingencia y la accidentalidad dejen lugar a las huellas de lo que pasó hace un mes en la primera edición del Jesús María Rock. Recuperar en la memoria del alma aquellas dos jornadas es un desafío intenso y también, un ejercicio al que me fui acostumbrando. El Festival pasó muy rápido: en un par de días estuvieron bandas de alta popularidad, excelentes formaciones locales y un grito que retumbó en todos lados y, como es usual, fue retransmitido de manera tal que pueda ser una noticia vendible.

“¡Vivan los caballos salvajes, la concha de su madre!”  fue el grito que resonó la primera noche, hacia el final de la actuación de la mejor banda del JMR, Catupecu Machu. Cuando Fernando Ruiz Díaz, de modo iracundo, dijo esas palabras (y otras, que fueron expresiones quizás equivocadas), no pude menos que coincidir con él. Había metido el dedo en la llaga, y eso incomoda. Quizás por eso, los medios de comunicación se hicieron eco rápidamente y sin chequear la información, describieron una inexistente desaprobación del público. ¿Cosa e’mandinga? No, solo fue una respuesta a las necesidades de este tiempo: noticia que atrae, olvido del hecho artístico, anuncio de la próxima estación.

                               Cada lechón en su teta es el modo de mamar


La memoria comienza a desovillar los instantes y, sin dudas, lo primero que se destaca es la actuación de esta gran banda argentina de una identidad particular. Las canciones de Catupecu Machu son potentes en su poesía, devastadoras por su energía e infernales cuando suenan en vivo. Una banda que fui deshojando despacio desde que la escuché por primera vez, atrapándola como a una mariposa, en puntas de pie. Además, el terremoto de CM se prolongó cuando invitaron a la gente de Kapanga y La Vela Puerca a compartir una versión anarca-fiestera de Blitzkrieg Bop, de los Ramones. Impresionante momento que no he podido olvidar. En este momento pienso que el ejercicio va saliendo solo: todo pasa rápido, pero estas huellas no se borran tan fácilmente.




Cuesta más trabajo recordar una marca en nuestro pecho cuando se empieza a analizar lo que dejaron las demás bandas. Aquellas con peso propio. No porque las actuaciones hayan decepcionado, sino porque más allá que sonaron ajustadas, solo hicieron lo de siempre. Las Pelotas sin Sokol es una banda sin desbordes: una máquina bilardista que arremete cada vez menos con su historia legendaria, dejando lugar a una estela de éxitos, que fueron coreadas con fervor por una multitud con muchos adolescentes, y una buena cantidad de familias. Una que sepamos todos. Como La Vela y Kapanga la primera noche, y Estelares y Las Pastillas, el domingo. Para esos miles, no habrá olvido, aunque estas palabras si serán olvidadas.

De todas maneras, sigo. Mi memoria hurga y solo encuentra miles de bocas cantando cada letra. Aun así, lo que golpetea sobre el mate recurrentemente es la actuación de Catupecu: lo menos efímero del Festival. Lo indomable. ¿Les deseó la muerte a los jinetes? Excelente noticia miserable. Aunque la novedad verdaderamente significativa es que hizo trizas el slogan del Festival: Domá el Rock.

Las otras bellas sensaciones del evento que vienen a mi amanecida cabeza fueron -sin dudas- las bandas de Córdoba. Fuera de Focko, Géminis, Pink Wasted, 3 de Copas y Satori. Excelente y muy variada grilla, que incluyó el Ska Two Tone de Invasores Serranos, la vigencia de una gran banda de Malagueño que pega en la jeta, Eterna Agonía, la potencia de Anima Terra y una banda que cada día crece más, La Madre del Borrego.

Párrafo aparte para lo que no puede ser borrado por el paso del tiempo*: impresionante set de Lucila Cueva el domingo. Con una daga al frente, Marian Pellegrino, interpela al público, arengándolo para que sea protagonista, pisando un escenario -bellísimo para tocar y escuchar rock- con un frenesí que disloca, con una entrega que invita a más. Salvaje. Indomable. Otra vez el peso de las palabras. Otra vez, la trabajosa labor de encontrar palabras que pueda domar. Pero, claro, las palabras que pretendemos creación humana, a veces son salvajes. Como el rock.
Porque el rock, como el caballo, será salvaje, o no será nada.

Crónica: Luis Funes.
Fotos: Melisa Santa Cruz

(*) insisto en la sabiduría del tiempo porque estoy viendo un video en You Tube de un concierto de Zeppelin en el Royal Albert Hall del setenta: no puedo dejar de pensar en la monotonía embriagante de Baudelaire cuando disfruto de los solos de Page y The Bonzo.



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