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miércoles, febrero 18, 2015

Vivencias del Cosquín Rock 2015 - Día 1


Nubes Negras



Volver luego de tantos años al Cosquín Rock fue, de alguna manera, como volver a visitar después de muchos años a un viejo amigo. Un viejo amigo con el cual vivimos muy buenos momentos, pero que habiendo pasado tanto tiempo, nos encuentra a ambos distintos, transformados. Dispuestos a re-descubrirnos.


El primero de los cambios es notorio: nuestro amigo se cambió de casa. Su nueva casa, cercana al río, le permite crecer, expandirse, abrir sus alas. De todas formas, luego de sortear un llamativo embotellamiento rutero (según lo que pudimos averiguar, ya no tan frecuentes en este nuevo predio), y algunas notables demoras en conseguir los elementos que aseguraran nuestro ingreso (algunos podrían leer esto y llamarme ingrato, pero es algo que no deja de llamar la atención, luego de tantos años de práctica y organización), pudimos confirmar que también hay cosas que nunca cambian: la presencia de ese ritual celebrado en las inmediaciones del predio, con personas de todas las procedencias, sus banderas y, obvio, los puestos que venden “de todo”. Era tal el ambiente festivalero que prácticamente nos obligó a detenernos en uno de esos puestos e ingerir una de esas mezclas de alto octanaje y poco recomendables para la salud, mientras nos deteníamos un rato a mirar la marea de gente fluir.

Lamentablemente, la idílica escena fue momentáneamente interrumpida por la presencia de un helicóptero que, desde escasa altura, le pedía a la gente “circular”. Estaba claro, estamos en la provincia de Córdoba. Más confirmada quedó esa sensación al observar la ridícula cantidad de oficiales de azul que custodiaban el camino de ingreso al predio. Imposible abstraerse de lo sucedido recientemente en Rumipal, y la ausencia de Ismael Sosa. Por fortuna (o por estar en un año electoral), los muchachos de azul fueron reemplazados dentro del predio, por los innumerables carteles violetas de su jefe, quien parece ser uno de los máximos sponsors de la cita.

Inmediatamente ingresado al predio, una certeza me invadió: esta modalidad actual del festival serrano, claramente influido por los viajes de su organizador a los grandes e históricos festivales europeos (léase Glastonbury, Donington, Rock Am Ring, etc), con su multiplicación de escenarios, actividades y atracciones, hace que sea absolutamente imposible ver todo. Algo que sí resultaba posible, por ejemplo, en las primeras y ya lejanas encarnaciones del festival realizadas en la Plaza Próspero Molina. Al tener un solo escenario, las bandas debían turnarse y la superposición no era posible. Esta edición 2015, cuenta con 5 escenarios, además de otras atracciones (como el show de Fuerza Bruta) y surge a partir de ello, una cuestión de pros y contras. Claramente, se da la posibilidad de multiplicar enormemente la cantidad de bandas participantes en el festival. Pero por otro lado, el espectador tiene la desventaja de en muchos casos tener que optar entre dos o más números que le interesen. Y las bandas, sobre todo aquellas que se ven relegadas a los escenarios menores, si bien suman a su CV una actuación en Cosquín Rock, muchas veces terminan tocando a una cantidad irrisoria de gente.

Dicho esto, adelantamos que es absolutamente imposible realizar una cobertura integral de todo lo que pasa en el festival. Salvo que se trate de un medio con un batallón de periodistas acreditados, o bien que uno sea Jamie Madrox, el Hombre Múltiple de los X-Men, y logre de esa manera estar en varios lugares al mismo tiempo. Siendo así, debimos realizar decisiones para completar nuestro derrotero. Y decidimos en primera instancia encaramarnos hacia una de las carpas, en este caso la sponsoreada por una gaseosa. Al llegar, Hernán Casciari estaba recorriendo las líneas finales de uno de sus escritos. En los pocos minutos que llegamos a presenciar de su actuación fueron varias las carcajadas que hizo brotar, por lo que ya anotamos como cuenta pendiente el presenciar el espectáculo completo en una de las próximas oportunidades que se escape para estas tierras mediterráneas. O sino, siempre tenemos a la Internet.

A continuación y en el mismo lugar, fue el turno de una de las bandas que más ha crecido en el último tiempo en el boca en boca que suele originarse al costado del mainstream: Humo del Cairo. El trío hizo gala de un stoner rock en un estado de casi máxima pureza. Largos y machacantes pasajes instrumentales, sonido seco y crujiente como si en vez de Punilla estuviéramos en medio del desierto de Mojave, y líricas voladas y por muchos momentos indescifrables. Si bien esto último suele ser una de las características del género, la situación no fue mejorada con el sonido que presentaba la carpa en cuestión. Buena presentación, y confirmación de que todo lo que se venía hablando de ellos, era verdad (salvo los rumores de procedencia dudosa, claro está).

Luego de una visita a los baños químicos, volvimos al mismo lugar. Se avecinaba la presentación de uno de los puntos fuertes (para este cronista) de la jornada. Ese díscolo rockstar que es Carca tomaba el centro de la escena. Munido de su guitarra, una campera que parecía salida de una fantasía rockero-espacial, de ese extraño instrumento que es el Theremin, y acompañado por el resto de su banda (bajo y batería), desplegó en algo así como 50 minutos un panorama de su elasticidad estilística. Rock ruidoso y setentoso, boogie movedizo, blues desgarrador, y un par de clásicos tirados por el camino, todos con la dosis de actitud necesaria para que no olvidemos que estamos en presencia de un tipo al borde de la combustión espontánea. El punto más alto de su actuación, incluso, fue toda una premonición: Sonreíste, sonreíste… te diste vuelta y sólo viste… Nubes Negras. En ese momento fue disfrutado como el clásico del que se trata, pero poco podríamos imaginar que era todo un presagio de lo que se vendría después.

Cuando emergimos de la carpa, la actuación de Los Auténticos Decadentes ya estaba bien avanzada. Los ecos de ese himno fiestero (entre los incontables que tienen) que es Entregá el Marrón, ya resonaban por el valle. Puede ser que su estirpe de banda infaltable en toda fiesta que se precie de tal (todos sabemos que un casamiento donde no se escuche un tema de ellos, debería ser anulado), haya propiciado su demorada inserción en el circuito de festivales rockeros, e incluso la hayan pospuesto en la consideración del rockero medio. Pero la verdad, es una picardía perderse una sucesión de clásicos tal como la que mostraron, por algo tan nocivo como los prejuicios. Canciones como Un Osito de Peluche de Taiwán, El Murguero (no podía faltar siendo carnaval), La Guitarra y hasta su versión reggae-andina de Gente Que No tuvieron su lugar, para cerrar la fiesta con Y La Banda Sigue. Un exitoso regreso de este combo multirrítmico, que dejó al grueso de los asistentes con ganas de seguir moviendo las patitas.


Lamentablemente, estas ansias no fueron saciadas con la actuación de Babasónicos. Si bien son ya un clásico presente en la mayoría de las ediciones del festival serrano, en el cual suelen tirar toda la carne al asador, esta vez la banda capitaneada por Dárgelos falló en su intento por enganchar, por cautivar al público. Fue como si la pulsión rockera y la actitud que demostró Carca en su set solista (ahora ocupando el lugar de multiinstrumentista en Babasónicos) no hubiera podido ser contagiada al resto de sus compañeros. La mayoría del set estuvo integrado por los temas surgidos en su etapa de mayor popularidad, quizá abusando de los medios-tiempos y las canciones de tinte romántico. Bien lejos están de aquellas épocas de búsqueda constante, en la que mutaban sonora y visualmente de un disco a otro. Prueba de esto es que sólo dos temas sonaron de su prolífica etapa pre-Jessico (Viva Satana! y Desfachatados fueron los elegidos), además de un guiño en forma de mash-up, introduciendo la letra de Egocripta en las estrofas de Y Qué. Y si bien el frontman se prodigó en sus habituales trances coreográficos, estuvo latente durante el show una sensación de distancia entre público y banda, que, a la distancia, parecía estar cumpliendo con un trámite.

Bien diferente fue la situación a la hora del número central del sábado. Andrés salió bien arriba en su regreso (la voz oficial dice que es su primera actuación en Cosquín Rock, pero recordemos que su retorno a Argentina sucedió en aquel festival “paralelo” en la Próspero Molina, de escasa duración). Casi a las trompadas, podríamos decir, con Alta Suciedad y El Salmón como los dos primeros ganchos a la mandíbula de un público que aguardaba ansioso, casi expectante. Si bien su imagen dista bastante ya de aquella de sus tiempos de bohemia, imagen que posiblemente haya quedado registrada en nuestras retinas, se lo vio de muy buen humor. Ataviado con una remera Adidas negra, sus clásicos lentes negros, una misteriosa vincha y sus rebeldes rulos notablemente recortados, se embarcó en una larga seguidilla de hits (¿hubo alguna canción que no lo fuera?) antes de realizar su primer saludo formal hacia la gente. En sus alocuciones, donde aprovechaba para tomarse un par de mates (quizás otro signo visual de que sus años de reviente habrían quedado atrás), se lo tonó particularmente abocado en saludar y congratular a sus compañeros de fecha, como así también lamentar el no coincidir con otros de sus amigos para poder saludarlos. Incluso, aprovechó para referirse con sorna a situaciones judiciales (pasadas y presentes), como antes de arremeter con la canción Loco, y sus ya conocidas y provocadoras estrofas.

El recuerdo de los amigos volvió en una de las partes más emotivas del show: el momento de entonar su clásico moderno Los Chicos. El recuerdo de los músicos amigos del Salmón que “se fueron arriba antes que yo” se sucedió en las pantallas, mientras el público abajo se embarcaba en uno de los escasos momentos pogueros de la primera noche del festival. Ahora bien, el paneo por su trayectoria fue completo. No sólo estuvieron estos clásicos de su etapa solista, sino que también sacó a relucir gemas de las bandas que cimentaron su trayectoria. Es así como, casi de manera inesperada, sacó a la cancha Mil Horas de Los Abuelos de la Nada, y Sin Documentos de Los Rodríguez. A esta altura, el presagio de Carca horas atrás se hizo realidad, y las primeras gotas empezaron a caer para dotar de un carácter aún más épico a la actuación del Salmón. Lejos estábamos, sin embargo, de prever lo que estas lluvias significarían, no sólo para el festival sino para toda la provincia, horas después.

El cierre mantuvo el tono emotivo recordando al Carpo con una impecable versión de Sucio y Desprolijo que fue coreada a viva voz por la gente que, luego de esto, emprendió una postal muchas veces repetida: felices y mojados, emprendieron la salida del predio del festival (esta vez ya sin barro), haciendo un repaso mental y verbal por las imágenes y sonidos que dejó el día; y empezando a levantar también la expectativa por la jornada siguiente. Pero claro, eso ya será motivo de otra historia…



Cronista: Luis Parodi

Fotografía: Matías Vercelli (más fotos en su Flickr)

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