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viernes, febrero 20, 2015

Vivencias del Cosquín Rock 2015 - Día 3 (que debía ser el 2)



Ando con ganas de un sonido anormal...


El martes alrededor del mediodía, y arrastrando aún en nuestros cuerpos el trajín de las dos jornadas anteriores, un asado en las sierras se presentó como la mejor previa para lo que sería la fecha de cierre de la edición de cumpleaños número 15 del festival rockero por excelencia de nuestro país. Así es, con sus errores y aciertos, con su falta de números internacionales, sigue siendo lo que puramente se considera un festival de rock, y no una mera acumulación de bandas en un estadio.

Luego de aprovisionarnos, partimos hacia la ruta. Unas carnes asadas y un chapuzón piletero sirvieron para cargar las pilas antes de enfrentar la última seguidilla de bandas, de una grilla que prometía, pese a la ausencia de dos pesos pesados y clásicos eternos del festival, como los son Catupecu Machu y Kapanga. Dos bandas que, a fuerza de hits y constancia se han constituido en un número puesto en cada edición de este festival. Lamentablemente, el traslado de la grilla para el martes y la incompatibilidad con los compromisos previos de cada banda nos privaron de la posibilidad de un nuevo encuentro serrano.

Apuntamos entonces nuestros cañones a la presentación del intrépido Boom Boom Kid, quien estaba anunciado para las 19 horas. Grande fue la sorpresa al escuchar, desde la lejanía de la ruta, que el mismo BBK ya se encontraba entonando su hit Jenny, pocos minutos después de pasadas las 6 de la tarde. Y en este punto quiero detenerme un instante. En todos estos años como público, cronista, e incluso ocasional (y frustrado) intérprete de rock he visto recitales comenzar a horario, comenzar tarde, y también comenzar muy tarde. Pero, por lo menos hasta donde puedo recordar, nunca me había tocado vivir un recital que comenzara antes de horario. No sabemos si será por las ansias de terminar con una agotadora edición del festival cuanto antes, el miedo a un nuevo embate de la lluvia, o alguna otra causa, pero resulta siendo algo que realmente desorienta al público. Sobre todo en festivales como este, donde mucha gente planifica su viaje o su correspondiente previa en función de los horarios preestablecidos.

Más allá de esto, fue bienvenido el arribo del ex Fun People a los escenarios festivaleros. Fiel a su costumbre, brindó un show de alto contenido energético. Cierto es, y mirando las fotos podemos confirmarlo, que es un hombre al cual el tiempo parece pasarle por el costado, más allá de su apariencia física, el estado y la vitalidad que tiene para entregar un show de estas características son envidiables. No faltó a la cita el consabido y consagrado surfing por encima del público (esta vez con algún pequeño percance). A fin de cuentas, Carlitos parece haber renovado sus credenciales una vez más con el público de una provincia a la cual es cada vez más afecto a volver (incluso en su rol de DJ).

A continuación, llegó el turno de quienes ocuparían el rol de locales en el escenario principal, en un día que estuvo marcado por la fuerte presencia del rock cordobés en el resto de los escenarios alternativos. Hablamos, claro, de Eruca Sativa. Banda que llega precedida de una gran expectativa, y que parece estar en continuo crecimiento de popularidad a nivel nacional. Curioso es darse cuenta que, pese a ser cordobeses y haber surgido en Córdoba, en nuestra provincia pocas veces entran en la consideración de las “bandas grandes”, como sí lo hacen en el resto del país. ¿Será esto una nueva manifestación del dicho de que nadie es profeta en su tierra? ¿O se tratará de alguna especie de recelo por haber migrado hacia la capital del país para seguir construyendo su carrera? De todas formas, al trío poco pareció importarle esto, y menos aún al público congregado alrededor del escenario principal, que vibró junto con las grandes interpretaciones de la banda. Como ocurriera en la jornada anterior con el show de Carajo, resulta realmente envidiable el sonido que solamente tres personas pueden extraerle a sus instrumentos. Sinceramente pareciera que fueran más, hasta se dio la ocurrencia de buscar con la mirada algún guitarrista extra, algún tecladista que estuviera escondido tras las bambalinas, ayudando a rellenar el sonido. Pero no lo hay. Lula, Brenda y Gabriel forman una unidad compacta donde sin embargo cada uno tiene su espacio y su momento para el brillo personal. Incluso, uno se inclina en ocasiones a pensar que un poco más de simpleza a la hora de encarar algunas canciones no le haría nada mal a su sonido. Fuera ya de cualquier prejuicio, nos decidimos a disfrutar de demoledoras versiones de temas como Amor Ausente, Fuera o Mas Allá, o el cierre con Agujas. En un par de ocasiones, Lula hizo referencia a las cuestiones climáticas que impidieron el normal desarrollo del festival, algo que se repetiría a lo largo de la noche.

Llegaron las primeras horas de la noche, y con ella se venía una de las atracciones principales de la noche (al menos para mí): Illya Kuryaki and the Valderramas. Sin embargo, para la hora del comienzo de su show, se produjo un fenómeno prácticamente inédito en el desarrollo de este tipo de festivales: había muy poca gente esperando el show en el escenario principal (sobre todo teniendo en cuenta la magnitud del mismo). En ese momento, la mayor cantidad de personas estaban agolpadas en torno al escenario temático, lugar donde Don Osvaldo, la nueva banda de Pato Fontanet, estaba llevando a cabo su actuación. Ya de por sí, el fenómeno de Callejeros (y las bandas que le sucedieron) es algo digno de análisis por sí mismo. Dejando de lado cuestiones estilísticas y de preferencias musicales, y pese a los cambios de formación (sólo Fontanet queda de aquella formación original), pese a los cambios de nombres (de Callejeros pasó a ser Casi Justicia Social, y de ahí a la actual Don Osvaldo); y pese a toda la polémica suscitada post-Cromañón a esta parte (o quizás gracias a ella) la convocatoria de público parece ser cada vez más masiva. Incluso, muchas de las personas que manifestaban su fanatismo por la banda, seguramente serían niños y niñas en aquellas épocas de esplendor de la formación clásica de Callejeros. Nuevamente, más allá de los gustos, parecen encaminarse a ser el nuevo mito del rock nacional, cuya historia ya sabe de bandas cuya convocatoria sería infinitamente mayor ahora, que en la época en la cual estaban en actividad.

Pero volvamos al show de los Illya Kuryaki. La cuestión comenzó un tanto accidentada, ya que Emmanuel y Dante tenían cruzados sus monitoreos durante la primera canción, Helicópteros, y no se ahorraron gestos y señales de molestia ante el percance. Pese a eso, la performance durante la canción fue impecable, y siguió siéndolo aún más durante el recorrido de su set, en el cual eligieron priorizar las versiones más funky de su discografía. Incluso, aquellas canciones no tan funk que fueron incluidas en el set, como las clásicas Chaco, Remisero y Abarajame (que marcó el cierre del set a puro coreo) fueron presentadas en versiones funkeadas que las pusieron a tono con el resto de las elegidas. Cómo no bailar (o al menos intentar mover el cuerpo) al ritmo de Jugo, Coolo, Jennifer del Estero y demás. Resulta bastante sorprendente ver a estos otrora niños prodigio del rock, que en su momento confesaron pasarle los riffs de sus composiciones a los músicos de su banda emulando los sonidos con su boca, estar ya convertidos en maestros del rasgueo funky. Ojo, de todas formas hay que destacar que el impecable sonido de los IKV no se apoya solamente en ellos dos, sino que los acompaña una suerte de big band con el oficio y el talento necesarios. Esta banda, de alguna manera capitaneada por Matías Rada (como para continuar con la tradición de apellidos ilustres de la banda) en la guitarra, y con un pequeño ejército de vientos que le dieron una dimensión extra de frescura a todas las canciones. La puesta en escena visual no se quedó atrás y le sumó un grado más de espectacularidad a la ya expresada desde la vestimenta de los integrantes, y terminó de redondear un show que comenzó con poca gente en el escenario, y que terminó con una multitud totalmente enganchada, convencida y con una panzada de funk.


Casi en silencio, sigilosamente, pero aclamado por su público, llegó el turno de Skay, el número encargado de cerrar el festival hasta el año siguiente. Munido de su Gibson SG, su infaltable sombrero y sus lentes a lo Bono (¿o los lentes de Bono son a lo Skay?) arremetió con una recorrida por su ya prolífica discografía acompañado de sus Fakires, una sólida banda que comprende cabalmente su papel de respaldar al mito que comanda la banda. Entre sus escuetas comunicaciones con el público, el Flaco se ocupó de recordar a las personas damnificadas por las terribles inundaciones sufridas apenas dos días atrás, y de dedicar a ellas su show. Incluso, se acordó de ellas en el momento previo a la explosión que todos esperaban: “ante el dolor, lo mejor es exorcizarlo, yo propongo de esta manera, ¿sí?”. A continuación, los primeros acordes de Ji Ji Ji anunciaron la avalancha que se venía. Quizás de alguna manera dispuesto a demostrar que el mito ricotero no es exclusividad de Solari, esa no fue la única rendición de un clásico de los Redondos. Durante el impasse acústico en el cual Beilinson se la bancó frente a la multitud sólo con una guitarra acústica, interpretó una especie de medley que integró a Superlógico, La Bestia Pop y Rock para los Dientes. Ni hablar cuando sonó, ya cuando nuevamente en compañía de Los Fakires sonó El Pibe de Los Astilleros, y el pogo, el coreo y el revoleo de remeras volvieron a tomar el centro de la escena entre el público. Pero no todo es pasado. Los temas más relevantes (o más difundidos) de su etapa solista fueron los encargados de cerrar la jornada. La emotiva Flores Secas, Genghis Khan, y la oscura Oda a la Sin Nombre estuvieron entre las elegidas para cerrar una nueva visita de Skay, y a la vez un nuevo año de rock en las sierras.

Llegó, definitivamente, para todo el público que vivió en estado de rock durante varias jornadas el momento de volver a la vida real. Para los puesteros de las afueras, el momento de tratar de agotar todas las existencias de sus productos antes de desarmar sus puestos. Para Santa María, el momento de dejar de ser una Rock City hecha y derecha, y volver a ser un apacible pueblo serrano, aquel que está sobre la ruta antes de llegar a Cosquín. Nos vamos con los ojos y los oídos cargados de muy buenos shows, algunos otros que no llegaron a colmar nuestras expectativas, la sensación de extrañeza por la ausencia casi total de un género tan prolífico en nuestro país como el punk (sólo Los Bastarddos estuvieron representando al género), y con la casi exigencia de que sea considerado nuevamente. Nos vamos también con un cansancio acumulado a cuestas, pero de esos cansancios felices, reconfortantes. Y nos fuimos con una misión, la de volcar todas estas sensaciones en palabras e imágenes, que son precisamente estas crónicas que les hemos ido entregando. Esperamos que les hayan gustado, o que al menos de alguna manera, los hayan hecho imaginar lo que fue este mundo de rock por 3 días. Nos vemos en la próxima crónica.


Cronista: Luis Parodi


Fotógrafo: Matías Vercelli (más fotos en http://www.flickr.com/suenoslucidos/)

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