Vivencias del Cosquín Rock 2015 - Día 3 (que debía ser el 2)
Ando con ganas de un sonido anormal...
El martes alrededor del mediodía, y arrastrando aún en
nuestros cuerpos el trajín de las dos jornadas anteriores, un asado en las
sierras se presentó como la mejor previa para lo que sería la fecha de cierre
de la edición de cumpleaños número 15 del festival rockero por excelencia de
nuestro país. Así es, con sus errores y aciertos, con su falta de números
internacionales, sigue siendo lo que puramente se considera un festival de
rock, y no una mera acumulación de bandas en un estadio.
Luego de aprovisionarnos, partimos hacia la ruta. Unas
carnes asadas y un chapuzón piletero sirvieron para cargar las pilas antes de
enfrentar la última seguidilla de bandas, de una grilla que prometía, pese a la
ausencia de dos pesos pesados y clásicos eternos del festival, como los son
Catupecu Machu y Kapanga. Dos bandas que, a fuerza de hits y constancia se han
constituido en un número puesto en cada edición de este festival.
Lamentablemente, el traslado de la grilla para el martes y la incompatibilidad
con los compromisos previos de cada banda nos privaron de la posibilidad de un
nuevo encuentro serrano.
Apuntamos entonces nuestros cañones a la presentación
del intrépido Boom Boom Kid, quien estaba anunciado para las 19 horas. Grande
fue la sorpresa al escuchar, desde la lejanía de la ruta, que el mismo BBK ya
se encontraba entonando su hit Jenny, pocos minutos después de pasadas las 6 de
la tarde. Y en este punto quiero detenerme un instante. En todos estos años
como público, cronista, e incluso ocasional (y frustrado) intérprete de rock he
visto recitales comenzar a horario, comenzar tarde, y también comenzar muy
tarde. Pero, por lo menos hasta donde puedo recordar, nunca me había tocado
vivir un recital que comenzara antes de horario. No sabemos si será por las
ansias de terminar con una agotadora edición del festival cuanto antes, el
miedo a un nuevo embate de la lluvia, o alguna otra causa, pero resulta siendo
algo que realmente desorienta al público. Sobre todo en festivales como este,
donde mucha gente planifica su viaje o su correspondiente previa en función de
los horarios preestablecidos.
Más allá de esto, fue bienvenido el arribo del ex Fun
People a los escenarios festivaleros. Fiel a su costumbre, brindó un show de
alto contenido energético. Cierto es, y mirando las fotos podemos confirmarlo,
que es un hombre al cual el tiempo parece pasarle por el costado, más allá de
su apariencia física, el estado y la vitalidad que tiene para entregar un show
de estas características son envidiables. No faltó a la cita el consabido y
consagrado surfing por encima del público (esta vez con algún pequeño
percance). A fin de cuentas, Carlitos parece haber renovado sus credenciales
una vez más con el público de una provincia a la cual es cada vez más afecto a
volver (incluso en su rol de DJ).
A continuación, llegó el turno de quienes ocuparían el
rol de locales en el escenario principal, en un día que estuvo marcado por la
fuerte presencia del rock cordobés en el resto de los escenarios alternativos.
Hablamos, claro, de Eruca Sativa. Banda que llega precedida de una gran
expectativa, y que parece estar en continuo crecimiento de popularidad a nivel
nacional. Curioso es darse cuenta que, pese a ser cordobeses y haber surgido en
Córdoba, en nuestra provincia pocas veces entran en la consideración de las
“bandas grandes”, como sí lo hacen en el resto del país. ¿Será esto una nueva
manifestación del dicho de que nadie es profeta en su tierra? ¿O se tratará de
alguna especie de recelo por haber migrado hacia la capital del país para
seguir construyendo su carrera? De todas formas, al trío poco pareció
importarle esto, y menos aún al público congregado alrededor del escenario
principal, que vibró junto con las grandes interpretaciones de la banda. Como
ocurriera en la jornada anterior con el show de Carajo, resulta realmente
envidiable el sonido que solamente tres personas pueden extraerle a sus
instrumentos. Sinceramente pareciera que fueran más, hasta se dio la ocurrencia
de buscar con la mirada algún guitarrista extra, algún tecladista que estuviera
escondido tras las bambalinas, ayudando a rellenar el sonido. Pero no lo hay.
Lula, Brenda y Gabriel forman una unidad compacta donde sin embargo cada uno
tiene su espacio y su momento para el brillo personal. Incluso, uno se inclina
en ocasiones a pensar que un poco más de simpleza a la hora de encarar algunas
canciones no le haría nada mal a su sonido. Fuera ya de cualquier prejuicio,
nos decidimos a disfrutar de demoledoras versiones de temas como Amor Ausente,
Fuera o Mas Allá, o el cierre con Agujas. En un par de ocasiones, Lula hizo
referencia a las cuestiones climáticas que impidieron el normal desarrollo del
festival, algo que se repetiría a lo largo de la noche.
Llegaron las primeras horas de la noche, y con ella se
venía una de las atracciones principales de la noche (al menos para mí): Illya
Kuryaki and the Valderramas. Sin embargo, para la hora del comienzo de su show,
se produjo un fenómeno prácticamente inédito en el desarrollo de este tipo de
festivales: había muy poca gente esperando el show en el escenario principal
(sobre todo teniendo en cuenta la magnitud del mismo). En ese momento, la mayor
cantidad de personas estaban agolpadas en torno al escenario temático, lugar
donde Don Osvaldo, la nueva banda de Pato Fontanet, estaba llevando a cabo su
actuación. Ya de por sí, el fenómeno de Callejeros (y las bandas que le
sucedieron) es algo digno de análisis por sí mismo. Dejando de lado cuestiones
estilísticas y de preferencias musicales, y pese a los cambios de formación
(sólo Fontanet queda de aquella formación original), pese a los cambios de
nombres (de Callejeros pasó a ser Casi Justicia Social, y de ahí a la actual
Don Osvaldo); y pese a toda la polémica suscitada post-Cromañón a esta parte (o
quizás gracias a ella) la convocatoria de público parece ser cada vez más
masiva. Incluso, muchas de las personas que manifestaban su fanatismo por la
banda, seguramente serían niños y niñas en aquellas épocas de esplendor de la
formación clásica de Callejeros. Nuevamente, más allá de los gustos, parecen
encaminarse a ser el nuevo mito del rock nacional, cuya historia ya sabe de
bandas cuya convocatoria sería infinitamente mayor ahora, que en la época en la
cual estaban en actividad.
Pero volvamos al show de los Illya Kuryaki. La
cuestión comenzó un tanto accidentada, ya que Emmanuel y Dante tenían cruzados
sus monitoreos durante la primera canción, Helicópteros, y no se ahorraron
gestos y señales de molestia ante el percance. Pese a eso, la performance
durante la canción fue impecable, y siguió siéndolo aún más durante el
recorrido de su set, en el cual eligieron priorizar las versiones más funky de
su discografía. Incluso, aquellas canciones no tan funk que fueron incluidas en
el set, como las clásicas Chaco, Remisero y Abarajame (que marcó el cierre del
set a puro coreo) fueron presentadas en versiones funkeadas que las pusieron a
tono con el resto de las elegidas. Cómo no bailar (o al menos intentar mover el
cuerpo) al ritmo de Jugo, Coolo, Jennifer del Estero y demás. Resulta bastante
sorprendente ver a estos otrora niños prodigio del rock, que en su momento
confesaron pasarle los riffs de sus composiciones a los músicos de su banda
emulando los sonidos con su boca, estar ya convertidos en maestros del rasgueo
funky. Ojo, de todas formas hay que destacar que el impecable sonido de los IKV
no se apoya solamente en ellos dos, sino que los acompaña una suerte de big
band con el oficio y el talento necesarios. Esta banda, de alguna manera
capitaneada por Matías Rada (como para continuar con la tradición de apellidos
ilustres de la banda) en la guitarra, y con un pequeño ejército de vientos que
le dieron una dimensión extra de frescura a todas las canciones. La puesta en
escena visual no se quedó atrás y le sumó un grado más de espectacularidad a la
ya expresada desde la vestimenta de los integrantes, y terminó de redondear un
show que comenzó con poca gente en el escenario, y que terminó con una multitud
totalmente enganchada, convencida y con una panzada de funk.
Casi en silencio, sigilosamente, pero aclamado por su
público, llegó el turno de Skay, el número encargado de cerrar el festival
hasta el año siguiente. Munido de su Gibson SG, su infaltable sombrero y sus
lentes a lo Bono (¿o los lentes de Bono son a lo Skay?) arremetió con una
recorrida por su ya prolífica discografía acompañado de sus Fakires, una sólida
banda que comprende cabalmente su papel de respaldar al mito que comanda la
banda. Entre sus escuetas comunicaciones con el público, el Flaco se ocupó de
recordar a las personas damnificadas por las terribles inundaciones sufridas
apenas dos días atrás, y de dedicar a ellas su show. Incluso, se acordó de
ellas en el momento previo a la explosión que todos esperaban: “ante el dolor,
lo mejor es exorcizarlo, yo propongo de esta manera, ¿sí?”. A continuación, los
primeros acordes de Ji Ji Ji anunciaron la avalancha que se venía. Quizás de alguna
manera dispuesto a demostrar que el mito ricotero no es exclusividad de Solari,
esa no fue la única rendición de un clásico de los Redondos. Durante el impasse
acústico en el cual Beilinson se la bancó frente a la multitud sólo con una
guitarra acústica, interpretó una especie de medley que integró a Superlógico,
La Bestia Pop y Rock para los Dientes. Ni hablar cuando sonó, ya cuando
nuevamente en compañía de Los Fakires sonó El Pibe de Los Astilleros, y el
pogo, el coreo y el revoleo de remeras volvieron a tomar el centro de la escena
entre el público. Pero no todo es pasado. Los temas más relevantes (o más
difundidos) de su etapa solista fueron los encargados de cerrar la jornada. La
emotiva Flores Secas, Genghis Khan, y la oscura Oda a la Sin Nombre estuvieron
entre las elegidas para cerrar una nueva visita de Skay, y a la vez un nuevo
año de rock en las sierras.
Llegó, definitivamente, para todo el público que vivió
en estado de rock durante varias jornadas el momento de volver a la vida real.
Para los puesteros de las afueras, el momento de tratar de agotar todas las
existencias de sus productos antes de desarmar sus puestos. Para Santa María,
el momento de dejar de ser una Rock City hecha y derecha, y volver a ser un
apacible pueblo serrano, aquel que está sobre la ruta antes de llegar a
Cosquín. Nos vamos con los ojos y los oídos cargados de muy buenos shows,
algunos otros que no llegaron a colmar nuestras expectativas, la sensación de
extrañeza por la ausencia casi total de un género tan prolífico en nuestro país
como el punk (sólo Los Bastarddos estuvieron representando al género), y con la
casi exigencia de que sea considerado nuevamente. Nos vamos también con un
cansancio acumulado a cuestas, pero de esos cansancios felices, reconfortantes.
Y nos fuimos con una misión, la de volcar todas estas sensaciones en palabras e
imágenes, que son precisamente estas crónicas que les hemos ido entregando.
Esperamos que les hayan gustado, o que al menos de alguna manera, los hayan
hecho imaginar lo que fue este mundo de rock por 3 días. Nos vemos en la próxima
crónica.
Cronista: Luis Parodi
Fotógrafo: Matías Vercelli (más fotos en
http://www.flickr.com/suenoslucidos/)
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