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lunes, marzo 11, 2013

La casa que lloraba




Contra toda comprobación científica o argumento lógico, Emma vivía en una casa pocas veces vista. De un golpe de vista parecía una casa normal, con puertas y ventanas y buena luz, los ambientes eran generosos, tenía dos habitaciones, un baño, y un gran ambiente que unía la cocina con el comedor y dos espacios-living. Para todos los visitantes, esta era una casa de lo más agradable. Emma era una persona agradable y su casa bien la representaba, con sus sillones Berger color mostaza, sus muebles reciclados y los cuadros cubriendo todas las paredes que distraían de tal vez una que otra terminación no concluida o alguna mancha sobre el yeso. Lo cierto es que el rejunte y la calidez de sus ambientes hacían que las personas que llegaban si distendieran e hicieran de aquel un lugar un espacio de retiro del mundo. Ella los había visto entrar por la puerta; siempre los atendía con una sonrisa y compartía lo que estuviera haciendo, a veces llegaban abatidos, cansados, tristes, culposos, inseguros, disconformes, confundidos…Emma callaba, podía darles un abrazo dependiendo de la confianza, pero lo cierto es que le abría las puertas de su casa y esta hacía su labor. Todos usaban las partes de ella como mejor les viniera, o sentados en el desayunador, o en la mesa redonda, o en el Berger mirando el jardín, los de más confianza salían al patio y se recostaban en el gasebo, era notorio como cada cual iba relajando la mirada en distintos puntos de la casa, dejando de lado alguna realidad que posiblemente desapareciera al menos por un instante. Podría decirse que como Emma era arquitecta, había logrado ambientes cálidos y acogedores por su experiencia en el rubro, lo cierto es que ella sólo se transformaba en una observadora de lo que sucedía entre su casa y sus visitantes. Siempre había un silencio particular, liviano, acomodado entre todos los recovecos, no era una casa donde estuviera encendida la tevé ni la radio. Hasta aquí podría decirse que todo estaba de lo más normal, suele haber lugares reconfortantes con personas agradables adentro y eso sería algo casual y que no necesita ninguna investigación científica, pero lo extraño era, que cuando el visitante se iba y hasta Emma se distraía en sus tareas laborales o se ausentaba de su casa, esta comenzaba a llorar. Ustedes dirán, es imposible que una casa llore, y se preguntarán de qué manera lo hacía. Y hasta podrán decir que era solo cuestión de desperfectos de plomería, el hecho es que si un caño se rompe, para ser arreglado debería tener una intervención humana, un arreglo de cuerito y si un calefón chorrea hay que ajustar las tuercas etc, etc… pero como podemos demostrar que alternativamente, el bidet perdiera agua cuando llegó su hermana durante varios días y cuando se fue simplemente no lo hacía más, o cuando venía su amiga de lo más acongojada, la cañería de la cocina perdiera litros de agua y al otro día ya no lo hiciera más, o cuando el nuevo visitante llegara por primera vez el calefón goteara unos días y luego solo dejara de hacerlo. Por otro lado, su dueña había tomado cartas en el asunto en el momento exacto en que las cosas se rompían, entonces ajustaba el desagüe de la cocina que había quedado perdiendo y conforme con esto seguía adelante hasta advertir que cuando se arreglaba ese punto la canilla del baño empezaba a gotear, y cuando arreglaba la canilla del baño empezara a gotear el calefón y cuando arreglaba el calefón la canilla de la ducha no cerraba por más que se esforzara al hacerlo. El ruido de algún líquido goteante era habitual en su casa, de noche era más notorio, al principio su dueña se ofuscaba pero con el tiempo entendió que más allá de toda demostración científica y racional, su casa, la que la acogía en días alegres o tristes, la que acumulaba todo sus recuerdos y su presente necesitaba llorar. Igualmente su mente lógica se negaba a llegar sólo a esa conclusión tan onírica y poco real y un buen día llamó a un plomero para contarle que su casa estaba flojas de cueritos y que pusiera manos a la obra a todo lo que osara perder líquidos. El plomero estuvo varios días en su casa, y cuando creía que estaba concluida su labor Emma lo volvía a llamar recriminando que algo estaba mal arreglado y que ahora perdía la canilla del jardín, y cuando arreglaba el cuerito del jardín el tanque empezaba a perder porque el flotante se había roto, y cuando se arreglaba todo lo interior arrancaban las goteras en el techo. Al fin un día todo estaba en perfecto estado, las cosas empecieron a correr como siempre, los visitantes llegaba a su casa, pero algo había cambiado, rondaban por los lugares pero no podían distenderse a gusto ni había esa sensación de aislarse de la realidad que antes los hacía sentir tan confortables, ellos dejaron de venir de a uno, la casa no era visitada como antes y se sentía un vacío insoportable, entonces la casa no lloraba, pero su dueña, ya no sabía porque empezó a llorar todas las noches, le costaba conciliar el sueño y de a poco llorar le quitaba el hambre empezó a perder peso, de a poco había perdido fuerzas y sentía que de alguna manera se iba volviendo invisible, tanto es así que nadie supo nada de ella hasta que un día, su familia notando su silencio fue a buscarla a su casa. Cuando llegaron a ella, corrían ríos caudalosos en los pasillos, lagunas entre las camas y en el baño flotaban el cepillo de diente y el escurridor del piso. Había hongos en las paredes el techo se había resquebrajado. Había peces de colores flotando en las alacenas y algas verdes cubrían un bulto pequeño en uno de los placares….era ese bulto lo que quedaba de su dueña, apretada contra el fondo de un montón de abrigos inflados de agua, cuando abrieron las ventanas, empezó a correr el agua hacia la calle y el bulto de algas se dejó llevar hasta la alcantarilla de la calle y se fue por una de ellas. Nadie pudo hacer nada, desde entonces todos los que alguna vez visitaron esa casa y a su dueña, reparten lágrimas por toda la ciudad y en cada una de sus casas los plomeros intentan ajustar cueritos, tapar hendijas en los techos y ajustar calefones…

Beba Bidet (Córdoba, 1973)

Foto: Mariana Gagliano.

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